Frances Tiafoe, el sueño americano que separa a Carlos Alcaraz del número uno mundial

Tiafoe, tras ganar su partido de cuartos ante Rublev.
Tiafoe, tras ganar su partido de cuartos ante Rublev.
RAY ACEVEDO
Tiafoe, tras ganar su partido de cuartos ante Rublev.

Un búho en un colchón. Ni podía cerrar los ojos, ni lo intentaba, ni quería. Frances Tiafoe (21 años) había ganado a Rafa Nadal en octavos de final del US Open en el mejor día de su vida y quería grabar cada segundo de aquel instante. Retuiteó las felicitaciones de tipos como LeBron James, contestó mensajes y a todos confesó que tenía esperanza y fe en que eso podría pasar. Es la historia de su vida, sueños que se cumplen. Sí, quizás Netflix ya pelee por el guion.

Ni siquiera existía todavía el chaval en 1996, cuando Frances y Alphina llegaron a Maryland desde Sierra Leona en busca del sueño americano: trabajar, comprarse una casa con los ahorros y formar una familia. Lo consiguieron muy poco a poco -todo lo que merece la pena llega así- a base de esfuerzo, ella trabajando como enfermera y él construyendo 15 pistas de tenis del Junior Tennis Champions Center (Maryland). Allí consiguió hacerse un hueco, también espacial, en una pequeña habitación donde la incipiente familia se apretujaba durante muchas noches. Los gemelos Frances y Franklin ya iban creciendo.

Cuadro semifinales US Open.
Cuadro semifinales US Open.
Carlos Gámez

El amor por la raqueta llegó casi por inercia, pura lógica, y en Frances mutó a obsesión, con entrenamientos nocturnos para mejorar su saque, horas y horas viendo partidos en televisión y una pared destrozada de tanto golpe con la pelota. Cuando llegó a la competición, llevaba muchos pasos de ventaja y las victorias llegaron solas y todo lo bueno, también: pudo comprar una casa a sus padres y se asentó en el circuito ATP, un paso más lejos cada vez. En esa generación de imberbes como Sinner, Tsitsipas o Aliassime, el apellido Tiafoe se iba haciendo hueco. 

Frances afrontará este viernes su primera gran oportunidad, semifinales del US Open, con otro lobo hambriento enfrente: Carlos Alcaraz. Nada más ganar a Rublev en cuartos, pidió al menos un partido exigente entre el murciano y Sinner para que el triunfador llegara cansado a su cita. Y su deseo se hizo realidad cuando se fue a dormir, como casi siempre. Esta vez lo hizo del tirón.

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